miércoles, 18 de febrero de 2009

El clochard

Lisboa es belleza y ruina al mismo tiempo. Ruina por lo de vieja, por lo de desgastada y por los vagabundos como ese que la otra tarde casi me hizo llorar. Silvaba la Canción de la alegría, aunque era un lunes tarde de frío seco y a casa pronto.

Él seguía ahí, en su calle, mirando aquí y allá, aceptando la limosna sólo en horas laborables, con el órgano encima de las piernas cruzadas y un periódico de ayer, seguramente todavía por leer.

Siempre me fascinaron, los clochards, pero nunca hubo ninguno que lo hiciera tanto como éste. Seguramente fue el oírle silvar, mientras otros se dejan morir en las esquinas de esta o de cualquier otra ciudad...

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