sábado, 19 de diciembre de 2009

Sóc qui no sóc que sóc

(...)
Aleshores va decidir tornar, després de molt, molt de temps (gairebé segles, quan es tracta de nits).
I ho va fer com es fan totes aquelles coses que no se sap com es fan, perquè simplement ES FAN, impulsadament.
Res és, però tot pot arribar a ser.
Va seguir el seu camí en moviment, perpetuant-se en la quotidianitat del nou fred i en les demandes dels horaris que comencen i acaben més o menys a la mateixa hora (gràcies a Déu).
Potser es va desprendre de tot allò, o potser no. Potser ho recuperarà, precisament, quan ja no hi pensi.
Res és, i res pot arribar a ser fins que un no ho VOL.
Alça el vol, i demà tornarem on mai vàrem tornar. Potser, però, ja no caldrà, ja no serà necessari, perquè ja no seràs la mateixa.
No ho havies de ser.
*(Hi ha vegades que no diem res perquè no sabem què dir).

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Além das palavras

Pode haver maior riqueza de pensamento que a que te dá o facto de conhecer outra(s) cultura(s) diferentes à tua? Eu tenho experimentado na minha própria pele a seguinte proporção: quanto maior é a diferença da outra cultura que conheces respeito à tua, maior riqueza de pensamento e, pelo tanto, de ‘espírito’. E não é ai onde a criatividade nasce, onde a inovação cresce?
No mesmo lugar encontra-se o ‘imaginar’, que é mesmo o prazer de viajar a aqueles lugares remotos onde ainda não se foi, ou onde poderia ser que nunca se for –já se sabe que muitas das meiores viagens têm-se feito com a fértil imaginação humana.
Depois está o ‘pensar’, que é mesmo o facto de fazer analogias, de enlaçar palavras, ideias, reflexões, ensonhações, através do mecanimso lógico da razão, que utilizamos para nós explicarmos a vida mesma. E, há acaso alguma coisa que não tenha nada a ver com isto? E quando se pensa (porque se somos humanos não podemos não pensar, mesmo que não queramos), como se pensa? Quais são as ferramentas do trabalho do pensamento? As palavras, as belhas e traiçõeiras palavras.
Já o diz aquela canção: Palavras, palavras, palavras. Mas só palavras? Mais do que isso: entendimento, razões, explicações necessárias, por não dizer imprescindíveis, para nós descrevermos o complexo mundo que nos envolve e lhe dar sentido. Além disso, a possibilidade de mudá-lo está na criatividade do pensar, de imaginar combinações de palavras e inventar ideias novas.
Detrás está a comunicação, que é do que estamos a falar o tempo todo, além da vida mesma. E o que é a vida sem comunicação? E sem criatividade? Tristeza, silêncio isolado, solidão não desejada. O mesmo Mar Morto.
Eu, que acho que as fronteiras não deveriam existir, não acredito na arrogância da pátria nem nos nacionalismos fechados que só olham para o lar próprio sem olhar o pensar dos outros. Porque poderia ser que esses ‘outros’ tivessem a mesma origem e foram mais ‘nós’ do que pensamos, e que todos nós faláramos no fondo na mesma língua antes da Torre de Babel. A riqueza e a criatividade da vida, mesmo assim a capacidade de inovar, estão, acho eu, nessa diversidade humana, nessa mistura de pensamentos e línguas, e nessa outra comunicação universal que é a linguagem não verbal, onde a criatividade, como nas crianças, não tem barreiras. Nem sequer as do pensamento.

by Carmen

sábado, 15 de agosto de 2009

Vagabundos

(no necesariamente nuevos nómadas)


Y digo 'no necesariamente' porque la mayoría de vagabundos que he tenido el placer de conocer se establecen largos años en una misma ciudad, como es el caso de Lisboa. ¿Tiene que ver lo bohemio con la vida 'vagabunda' -y cuando digo 'vagabunda' no me refiero a no tener un techo, sinó a no seguir ningún camino-?

Este será el embrión de 'Vagabundos', un proyecto-reportaje sobre los sin-techo de Lisboa que nos hemos propuesto llevar a cabo Edu (http://animodecotademalla.blogspot.com/) y una servidora, debido a la masificación de éstos en las calles de la ciudad donde hemos estado haciendo un Erasmus. ¿Alguien más se suma?


Emmanuel Antonio: el lobo estepario

Llaman al mirador de Adamastor el mirador de los perdidos o de los enamorados, según me dijo una amiga mía. Enamorados no sé, pero he podido corroborar que hay montones de perdidos que se acercan a Adamastor cada día para ver caer el sol (o después de haberse caído ellos con él...), o a cualquier hora del día-tarde-noche-

-madrugada. 3:am. Aparece por detrás y por sorpresa Emmanuel Antonio, que según dice que dice su D.N.I., tiene 50 años (aunque la edad, para él, sea relativa). Tras de sí, lucha contra el viento la estatua de Adamastor, una mezcla de Poseidón y Zeus que nunca fue restaurada (no olvidemos que estamos en Lisboa). Emmanuel, que se parece a Poseidón-Zeus en lo de guerrero y en lo de salvaje, se sitúa a nuestro lado, nos pide un cigarrillo de liar que nunca, digo, NUNCA, se llegará a fumar, y empieza a contarnos-balbucearnos su historia, más o menos hilvanada y más o menos coherente. En seguida le diagnosticamos Edu, Nuria y yo una esquizofrenia no tratada, que nos provoca miedo y admiración a la vez, con lo que nos tiene 'secuestrados' hasta casi tres horas después, momento en que no sé cómo lograremos escapar, acompañados por el cantar de las gaviotas que se despertarán sobre el río Tejo, un día más.

Como iba diciendo, el lobo estepario (vamos a llamarle así homenajeando a la novela de Herman Hesse, cuyo personaje principal, identificado con esa seña, me recordaba a él en algunos momentos) tiene 50 años. Lleva tres meses en Lisboa, ciudad que según él es "una mierda", donde la gente se suicida y donde nada se renueva y donde todo es "una mierda". "¿Por qué hay tanta casa abandonada?, a ver, decídmelo. ¿Por qué, eh, por qué? Decídmelo. ¿Por qué? Lisboa es una ciudad de mierda, está vacía".

Cual peregrino, Emmanuel llegó a Lisboa a pie... desde Madrid. Una marcha que hizo sin tregua, aunque en el camino se encontrara algunos naranjos que le ayudaron a sobrevivir. ¿Por qué dejó atrás Madrid? No nos queda muy claro, pero deducimos que lo echaron de algún psiquiátrico, o que le dieron el alta y no pudo-supo rehacer su vida en solitario.

Le gusta el café con leche en el desayuno con un bollo, "cuando se puede" ("cuánto hace que no me bebo un café con leche, madre mía"). Lleva 3 días sin ingerir alimentos lo que me deja impresionada teniendo en cuenta su agilidad al moverse (de hecho, es lo único que hace a parte de hablar y intentar liarse ese cigarro que nunca se fumará). Dicen que las necesidades básicas del ser humano son el agua, el alimento, la ropa y el sexo -no necesariamente en ese orden-, con lo cual él sólo cumple la primera (creo) y la tercera: pantalón, camiseta, calcetines, calzoncillos, chaqueta. Es lo único que lleva encima. En lo que se refiere al sexo, ya no recuerda cómo-cuándo-dónde, etcétera.

Salta de un tema a otro sin venir a cuento, lo que nos hace mantenernos en estado de alerta en todo momento. De repente empieza a hablarnos de ángeles y de hadas que habitan el mundo, y de símbolos que hay por todas partes y códigos y citas de libros o de textos. Véte a saber donde las ha recogido. A lo mejor en las librerías en las que encuentra libros que dicen cosas sobre él, según nos explica, aunque lo más importante para él sea "la comunicación no verbal" porque "al hablar nos comemos las palabras".

Según Emmanuel, al que no le gusta que le llamen de usted porque "el usted distancia a las personas" y separa clases, la vida sedentaria nos mata. "El sedentario es un putrefacto. Un nómada vivirá hasta los 150, como yo. Yo llegaré a los 150 porque estoy ágil, mira que dos piernas, estoy ágil, lígero, voy de aquí para allá, el sedentario está muerto. Se morirá de un infarto de miocardio aunque el órgano principal no es el corazón: son los pies". Esto lo reivindica junto a una gestualización excéntrica y desmesurada, para demostrárnoslo.
Poco después conseguimos irnos. Él se quita la camiseta y continúa hablando mientras nos interpela. Luego nos sigue, como era de esperar. Nosotros andamos deprisa para que no nos alcance pero no demasiado para que no crea que huímos de él.


Los jóvenes tenemos muchos estudios pero no sabemos ir despacio. "Hay que ir despacio, hombre, hay que ir despacio. Si no vas despacio no puedes observar el vuelo de las gaviotas", dice, con los brazos abiertos mientras las mira, moviéndose con ellas. Gaviotas como las que ondeaban por encima del Tejo a las que hemos oído en Adamastor, en las milésimas de segundo en que el lobo estepario hacía pausas para empezar otro monólogo. O como las que ondean el cielo de la plaza Camoes, mientras proclama su filosofía en lo que tardamos en encontrar un taxi.

Se para delante, deteniendo nuestro paso, nos mira y balbucea sonidos y palabras con una expresión burlesca en la boca. En sus mirada se adivina una mezcla de lucidez y locura que no consigo diferenciar, y que me provoca una especie de temor y compasión al mismo tiempo. Le sonrío como a un niño y le pido con cariño que se aparte del coche al recordar que nuestro lobo estepario es un ser humano al que las circunstancias le han hecho ser como es. Un ser humano que ha aprendido a ser feliz a su manera, como intentamos todos. Feliz a costa de todo el mundo, menos de él mismo.

Además. En lo de las gaviotas tanía razón.

domingo, 21 de junio de 2009

Lembro-me de...

(Tarefa das aulas de português)

Lembro-me daquele duche aos pés do céu em que tomei o banho as duas da manhã, perto de Marrackech, naquele alojamento chamado 'O destino' que me fiço pensar nele.

Lembro-me daquele outro céu estrelado no deserto de sal, lá em Bolívia, e do momento em que vinte pessoas ficamos no chão só para olhar-lo, embora estevessemos a 5º.

Lembro-me de partilhar couscous e tajine com as mãos com aquela família bereber em Tasselmant, também perto de Marrackech, e do momento em que a minha amiga e eu fomos vestidas de ceremónia para poder assistir à festa da aldeia, embora fossemos occidentáis.

Lembro-me do siléncio das nove da noite na selva boliviana, e do barulho nada chato dos animais tão perto e tão longe, com os que ficamos dormidas quatro pessoas que não podiam tomar duche numa tenda para dois.

Lembro-me do miradouro do Adamastor, aquí em Lisboa, quando o estado de 'entre tanto' em que me encontrava permitiu-me olhar para a posta do sol como se nunca a tivera visto, numa companhia efímera mas duradoira. Como as lembranças.
etc.
by Carmen

Pompas de jabón

A tarde vai-se embora de Lisboa. Uma mulher jovem de cabelo louro e actitude despenteada arruma a ropa, pronta a secar, e volta a ocupar o estendal depois (assim tuda a vida). Maruxa deixa-me 'cerrada' no balcão (curiosa contradicção) e desenha um cor no cristal, depois de ter aberto as vivas cortinas laranjas.

Yo busco a la niña que tengo adentro y dibujo respectivamente una flor en el cristal de al lado, antes de que se vaya el baho (cuando era pequeña me enseñaron que lo que te dan se devuelve y mira, no he querido olvidarlo). Cuando los dibujos desaparecen del ventanal, pompas de jabón se pierden en el cielo, a nuestra altura, como las niñas que las soplan, que de vez en cuando volverán -los balcones y esta ciudad propician ese tipo de cosas tan mal vistas en otras situaciones-.

Una camiseta azul cielo se ha quedado sola, olvidada en el tendedero del edificio amarillento casi ocre de enfrente, que no sabe si caerse o aguantar un poco más, un poco más, un poco más... No lo sabe pero aguanta, como nosotras en los momentos en que 'no' podíamos más.

Pero podemos. Podemos más porque ahora no estamos aguantando nada. Simplemente dibujamos circumferencias en las antenas de la luz. Tal vez mundos nuevos.

by Carmen

miércoles, 18 de febrero de 2009

El clochard

Lisboa es belleza y ruina al mismo tiempo. Ruina por lo de vieja, por lo de desgastada y por los vagabundos como ese que la otra tarde casi me hizo llorar. Silvaba la Canción de la alegría, aunque era un lunes tarde de frío seco y a casa pronto.

Él seguía ahí, en su calle, mirando aquí y allá, aceptando la limosna sólo en horas laborables, con el órgano encima de las piernas cruzadas y un periódico de ayer, seguramente todavía por leer.

Siempre me fascinaron, los clochards, pero nunca hubo ninguno que lo hiciera tanto como éste. Seguramente fue el oírle silvar, mientras otros se dejan morir en las esquinas de esta o de cualquier otra ciudad...

Los lunes al sol

Dos semanas después de aterrizar

Lunes por la mañana. Quizás martes. 12.30H. Maruixa, María y yo compramos una cerveza y unas patatas precinto y nos vamos al mirador de Adamastor, más conocido como el mirador de los enamorados o de los perdidos. No me incluyo: yo solo soy una 'lunes al sol', o sea, una desocupada ocasional, una stand by, una mientras tanto.

También se hacen cosas, mientras tanto. Y se sienten cosas, y se ven cosas, y se conocen cosas, y se encuentran otras cosas que no se percibían mientras hacías esas otras cosas a las que te habías acostumbrado.

Por ejemplo, pasear tranquilamente, escuchar palabras sueltas de personas sueltas que van o vienen por las calles, esperar a que pase un tranvía que no pasa por tu ciudad y ver la exposición de tranvías que hay en la biblioteca municipal, cerca de la gran plaza Camões.

O improvisar una mañana en que sobran la chaqueta y la tristeza, una mañana casi de primavera, pero que se parece a verano. La gente sonríe y se saca la chaqueta. Una mujer hasta ha querido adelantarse a la chanclas, y enseña sus dedos de los pies majestuosa.

Desde el mirador de Adamastor, como os iba diciendo, la mañana puede hacerse tarde mirando los tejados, o haciendo planos picados con la mirada hacia abajo, donde una guitarra se ha quedado extrañamente colgada en la pared, de espaldas y boca-abajo. A lo lejos, el río Tejo está tranquilo, y parece ser otro en comparación al que corría debajo de la puesta de sol de la otra tarde-noche, cuando la luces de la ciudad y de los barcos me hicieron enamorarme de esta ciudad, así, tal cual.

Delante, pues, el Tejo. A lo lejos, un Cristo con los brazos abiertos de par en par que fui a visitar el otro día, y que nos quiere acoger aunque lo rechacemos. En primer plano, dos palomas que no paran de coquetear hasta que llega una tercera, que no deja de molestar. Se van a otra chimenea, revoloteando, y parece que la tercera se ha enfadado, porque se dedica a pasearse orgullosa por el tejado de al lado. Al rato, todas desaparecen volando, cielo arriba. Vete a saber donde irán, o si volverán.

A nuestras espaldas, chicos y chicas caboverdianos, o angoleños, o brasileros, que marean al balón. Un perro que persigue a otro perro para olfatearle el trasero y empezar a flirtear. A nuestra derecha, en un banco, una mujer de unos cuarenta que aparenta unos cincuenta teje con los labios apretados y la cara estirada. Lleva un gorro extraño en la cabeza, casi tan extraño como el hombre que se sienta a su lado y que no hace nada, ni siquiera acompañarla.

Y así se hacen las tres, y luego las cuatro. Maruixa y María se van a la universidad. Yo hasta marzo no, así que me voy a comer a casa tranquilamente y luego a hacer la compra, para no tener la nevera vacía. Horas más tarde volvemos a Adamastor, pero ya no hay 'magia'. Sí perdidos y enamorados, aunque también gente normal que, sin más, quiere ver Lisboa desde un mirador con Neptuno a la cabeza, mientras se toma una cerveza en buena compañía, antes de ir al cine São Jorge a ver un documental de António Campos, un paradigma en el mundo de la cámara en mano y las cosas que pasan delante de ella, en Portugal.



Y así sucesivamente, nunca igual. Cosas que pasan o que te pasan mientras no pasan otras cosas que también podrían pasar. La vida es lo que tiene, cuando no tiene tanta prisa, ni ganas de rechistar.

Y que dure, mientras pueda durar, que luego, otros días vendrán.

jueves, 5 de febrero de 2009

¡Ánimo! en Lisboa

Bueno, pues ya estoy aquí, 'fabricando pequeños recuerdos que van a ser importantes cuando sea grande', como bien dice Liniers, mi dibujante de cómics favorito después de Calpurnio.

Después de pagar 112 euros por exceso de equipaje y bultos antes de partir (y de padecer un trauma psicológico del que me he recuperado en cuanto he pisado esta ciudad), llego al aeropuerto de Lisboa y me esperan allí dos de mis compañeras de piso, Cris y Noe, una historiadora del arte y una psicóloga que me acogen con los brazos abiertos. Llegamos al piso, y Marco, un lisboeta que estudia ingeniería de puentes y caminos -en portugués tiene un nombre muy raro-, sale de su habitación después de días de encierro -está preparando los exámenes y es súper aplicado- y preparamos tortilla de batatas, salchichas con maíz y pà amb tomàquet y jamón, que me he traído debido a la insistencia de mi madre, cuyas últimas palabras en el aeropuerto, al despedirme, fueron: "A ver si vuelves y se te han quitado los pajaritos de la cabeza". Vanas intenciones en una ciudad como esta...

Acompañamos la cena con vinito bueno, bonito y barato, y aunque aun no he acabado de aterrizar, me hacen sentir como en casa. Poco después deshago mi maleta prestada y más querida que nunca gracias a los buenos de Vueling, y coloco mi ropa en un armario para mí sola, casi tan grande como la habitación, que a su vez es casi tan grande como el comedor, así que el espacio no será un problema aquí, eso seguro.

Al día siguiente, la primera ducha viene con agua fría, aunque según Cris no será siempre así. Pienso que igual tenía que ser así para despertarme, porque al salir de la bañera me doy cuenta de que estoy aquí, y lo estoy al cien por cien, a partir de ese momento. Empiezo el día con un tesito, y aunque el piso está de cara al sol, hoy está lloviendo. Es una lluvia intermitente, por eso, y el sol viene y va, viene y va, a su antojo. El tiempo está loco, pero va bien porque alterna estados de ánimo que coinciden con mis primeras sensaciones aquí.

Salgo sola a comprar el periódico (el más conocido aquí es el Público) y a hacerme una copia de las llaves, pero no encuentro las loja de ferragens que Cris muy bien me había indicado en el mapa, así que llega el momento de tener el primer contacto -el segundo después de Marco- con esta gente, según dicen y según compruebo, muy educada pero muy suya. Un buen hombre me acompaña un buen trozo hasta la calle donde está la ferretería. Obrigada, cabalhero. Después, en la ferretería, tardo muchos minutos en entender lo que me dice el dependiente: Que le deje las llaves si quiero pero que no estarán hasta esta tarde. "Ok, ok, obrigada" (es lo único que se me ocurre, ¿dónde está el intensivo de portugués que hice antes de venir? Tengo que refrescarlo).

Hago una pequeña compra en el súper, un sucedáneo del Día, y llego a casa con una bolsa que me he llevado para ahorrármela (es lo que toca cuando la pobreza manda). Llega Maruixa, una chica de Ourense también estudiante de Erasmus, y preparamos unos macarrones y una ensalada verde con salsa vinagreta buenísima -mi primera salsa más allá del aceite y el vinagre... preparáos porque me voy a convertir en una arguiñana gracias al libro de recetas para estudiantes-, que amenizamos con el vino que ha traído Maruixa y el postre de babas de chocolate, con el que se nos cae la baba, como no podía ser menos.

Hablamos de los viajes pasados, de Lisboa presente y de posibles viajes futuros, que tendrán que esperar porque tenemos todas los bolsillos vacíos. Miramos la bola del mundo hinchable que me regalaron para reyes Javi y Maribel, y coincidimos en lo que todo el mundo: "Me gustaría hacerla girar, señalar un punto y ir hasta allí". Es lo que hice con Lisboa, aunque sin hacer girar ninguna circunferencia. Simplemente un día me vino la idea a la cabeza, y lo que en un principio era un pequeño sueño, una ítaca, ahora se ha convertido en realidad, a pesar de las dificultades económicas, de las que me iré recuperando poco a poco, al puro estilo português.

Dificultades que no me impiden compartir un buen vino con Cris, que me lleva a conocer el centro de la ciudad, la gran fachada manuelina de la estaçao do Rossio (un estilo muy típico portugués), la entrada del Teatro Nacional de Lisboa, el castelo de Sao Jorge que se ve a lo lejos, iluminado, y el H&M, a pesar de que sigue lloviendo y llevamos un charco dentro de los zapatos. Un hombre en una moto con la radio a todo volumen, semáforos que funcionan como en Italia, calles de piedra y edificios que se caen o que se levantan, como el elevador al que hoy no subimos. Mientras paseamos, después de saludar a unos animalillos de pecera enormes, pero feísimos, expuestos en un triste escaparate, me doy cuenta de que estas calles, a esta hora, me recuerdan mucho a Roma, y a las que estuvísteis allí conmigo. Subimos las escaleras interiores que nos llevan a Baixa -cuando funcionan-, y nos perdemos en una librería que no se acaba nunca. Hojeamos libros de arte contemporáneo y salimos de allí sin comprar nada cuando los dueños nos echan 'muy amablemente' apagando la luz.

Entramos en el famoso Café Brasileira y compartimos una pequeña botella de vino, que acompaña una charla de esas que no se acaban hasta que no se deja la copa vacía. Al salir, y después de haber dejado en la mesa las preocupaciones por el futuro y la economía de subsistencia, Pessoa sigue sentado en la terraza, bajo la lluvia, con las piernas cruzadas y pensando véte tu a saber en qué -ya no estoy para existencialismos-. Volvemos para casa, y nos impresiona un indigente excéntrico con gafas de sol que devora una bolsa de patatas, y después, en el metro, un ciego que repica en una especie de caja mientras pide limosna. Al llegar a casa, Noe, que comenzaba a sentir saudade porque estábamos tardando en volver (la nostalgia portuguesa que me trajo aquí, entre otras cosas más y menos prácticas), pone cara de no querer estudiar más. Preparamos un sandwich y una ensalada y poco después nos quedamos las tres dormidas en el sofá, viendo una peli de bandas rock vs. pijos que no avanza, estética años 70 pero a lo retro. Una freakada.

Por la mañana, me despierto con la luz que entra por los ventanales a primera hora -hacen falta cortinas oscuras o un antifaz-, pero no me levanto hasta las diez. Delante mío, en la pared, un papel me da los buenos días con un "¡Ánimo!", que colgamos ayer en la habitación para aprovechar esta experiencia al máximo -Noe lo hizo en el Calling center en el que trabaja- y para fabricar pequeños recuerdos que empiezan a ser importantes ya, aquí y ahora. Porque "si el viaje no te cambia, no es viaje".
5/2/2009'

lunes, 19 de enero de 2009

Marruecos, un país donde todo está escrito

Ahí está. Al otro lado del Mar, Marruecos. Podría haber sido cualquier otro lugar. Bueno, cualquiera no, no exageremos. La cuestión es que me iba a ir de Interrail por Europa del Este con unos amigos pero por esas cosas de la vida acabé, voluntaria pero (in)decidida(mente), en Marruecos. Supongo que tenía que ser así (o más bien así lo quise).

Todo empezó en las páginas de Las mil y una noches... Vale, va, igual fue algo después. Quién sabe. La cuestión, como os iba diciendo, es que me aventuré con poco dinero y más ganas/curiosidad con mi cámara de fotos, mi libreta y mi catalejo (para ver África desde lejos), con la fisiomaníaca Mireia Gándara, más vista por la Garriga que por cualquier otra parte; con el brazo reflexivo de la ley, dispuesto a conocer y salvar el mundo desde la humildad y el estilo, Toni Marzal -hoy residente, muy a pesar de su bolsillo, de la lujosa París, je t'aime-; y en última instancia, con el afrancesado y directo al grano Guillem Lepage, quien decidió ser alquimista por no ser otra cosa y porque de pequeño le gustaba jugar con los microbios (digo yo).

Nunca hubieran podido sospechar estos cuatro exploradores que tan sólo unos días más tarde serían bautizados, lo quisieran o no, como Amina, "la guardiana de secretos", Abdul Hatah "Ali Babá", Ismail ajó (a secas y sin comillas, como él mismo) y por último Ghezlane, una servidora. Pero no nos avancemos, que la cosa no ha hecho más que empezar.


12 Agosto 08'

Llegamos a Fez con una palabra nada vulgar escrita en árabe por la mano justiciera de nuestro abogado "Ali Babá". Esa palabra es "escrito", o sea, destino. ¿Se la aprendería para impresionarnos? Es muy posible. A veces olvida su lado racional y se nos pone místico (yo lo entiendo).
El caso es que al abogado se le ocurrió escribir esta palabra mientras íbamos en el tren de Barcelona a la Garriga en busca de Amina, y yo, mística las primeras y las penúltimas horas del día, me dejé impresionar. ¿Qué otra cosa es, sinó, Marruecos?

TODO ESTÁ ESCRITO: FEZ AZUL

Después de instalarnos en una pensión con patio interior y terraza -como la mayoría de alojamientos del país-, humilde pero suficiente para nuestro presupuesto (20 MAD, que equivalen a 2 euros, más o menos) pasamos por debajo de la famosa Puerta Azul -aunque de hecho sólo lo es de noche, cuando serpentean unas luces de neón poco apropiadas para una ciudad como esta, más dada a las tradiciones y a la religión que a la vida moderna- para adentrarnos en la medina, todo un laberinto de sensaciones y de personas y de cosas, cosas, y más cosas, tanto positivas como negativas.

Descendemos unos metros por las callejuelas fezianas y entramos en una tienda donde dos chicos de unos 18 y 20 años venden especias varias: azafrán, menta, rosa... Y aquí, en esta tienda, empieza nuestra ruta por la medina, que nos llevará más tarde al desierto. Abdul Hatah "Ali Babá" le pregunta a uno de los chicos si nos quiere hacer de guía y el chico acepta sin pensárselo demasiado. Le seguimos durante dos horas a una velocidad contraria a la de sus gentes, que nos intenta vender de todo pero que nos mira de tú a tú, según el caso. Pierdo el norte y Occidente en un abrir y cerrar de ojos, el tiempo necesario para darme cuenta de que no sé donde estoy porque nunca he visto nada parecido, por eso no puedo hacer ninguna analogía. ¿El Raval? No, tampoco.

Fez es un caos. Un caos increible pero un caos, en cualquier caso. O al menos lo es la medina, el casco antiguo, zona donde se encuentran los mercados. Nada que ver con el plan ideado por Ildefons Cerdá en el Eixample de Barcelona, vaya, ni con los arquitectos cuadriculados europeos. Calles y callejones y gritos y niños y velos y olores y pestes y venta ambulante y talleres de artesanos y idas y venidas y más calles y más callejones y susurros y ventanas que se cierran y puertas que se abren y tiendas de alfombras y carros y viejos que ven pasar la vida detrás de su parada y niños que ven pasar la vida detrás de la parada de sus padres heredada de los padres de sus padres y bisutería y hombres que tejen y bolsos de cuero y lámparas maravillosas y tetaras y teterías y frutas podridas y no y animales muertos y moscas comiéndose los dulces de canela y incienso y especias y higos chumbos y agobio y asombro y pérdida del sentido de la orientación y del sentido mismo y terneros esquilados que luego serán jambés, mochilas, cinturones, babuchas; para los árabes y para los bereberes, dinero.

Aquí, el regateo es tanto o más que lo que decía la guía Lonely Planet. Hemos visitado las curtiderías cerca de la plaza as Seffarine, donde hay centenares de bidones de barro y hombres con sus pies adentro, aplastando las pieles de los corderos esquilados para que, al mezclarlos con las hierbas, se tiñan de color. De ahí sale el cuero. -De hecho, la curtidería de Fez es, junto a la de Marrakech, la única destinada a tintar el cuero desde el suelo.

Minutos después acabo, sin quererlo ni beberlo, con una mochida de cuero a las espaldas. En algún momento inconsciente o inocente se me ocurrió preguntarle al vendedor cuánto costaba 'esa mochila', sin saber que había empezado el regateo. No comprarla hubiera sido una falta de respeto. Curiosamente, la indignada fui yo después de gastarme 40 euros por una mochila que en realidad no quería y de ser acorralada físicamente y retóricamente, también. Si soy optimista, el precio inicial fueron 80 euros (800 MAD)... Si soy realista, me han timado. Simple y llanamente.

Seguimos al joven Mohamed, nuestro guía, y a su amigo Ayib, que se ha unido a nosotros. Nos cruzamos con mujeres que van arriba y abajo, todas esquivas. Ninguna me mira durante más de un segundo. Me pregunto cómo puede ser una mujer tan diferente, y me siento un poco 'voyeur' porque no pueden devolverme la mirada (al menos, la observadora). Porque la mujer marroquí escapa a las miradas -también femeninas- así como a la vida moderna.
¿Qué significa ser mujer, aquí? En la mayoría de los casos, un objeto sensual y una madre y esposa, ama de casa. La visión negativa que tenía de esto se relativiza, al pensar que en Occidente también somos 'objetos sexuales' a nuestra manera, o objetos de la imagen, mejor dicho, aunque tengamos más derechos y más libertades.

Pienso también que el hombre se pasa el día trabajando y que quizás cada cual tiene su función, que hace que el uno no pueda 'vivir' sin el otro, por una cuestión puramente práctica. Pero ¿puede la mujer decidir sobre sí misma, sobre la vida que quiere? ¿Es mejor? ¿Es peor? ¿Es feliz? Elegir tu vida o que elijan por ti... Yo, lo tengo claro: me he criado con la televisión y con internet pero quién sabe si tras el velo, el mundo, el interior, al menos, puede ser más grande que sin él, y se puede llegar más lejos sin necesidad de catalejo...

Vuelvo en mí cuando Ayib me explica que vamos hacia la casa de alfombras del padre de Mohamed, Mohamed. Vuelve a aparecer, entre el te y la menta, el ritual del regateo, todo un arte si se hace bien. Me doy cuenta de que la venta es una cuestión moral cuando Mohamed padre le vende a Abdul Hatah "Ali Babá" una pequeña alfombra por 50 euros, pero "desde el corazón y deseándote buena suerte en la vida", y de corazón. Me quedo flipada, y sigo flipando, cuando Mohamed padre nos muestra a Amina y a mí la diferencia entre una alfombra tejida por mujeres y una alfombra tejida por hombres, mientras los 'hombres' comparten un canuto en la sala contigua. Las formas geométricas son completamente distintas, pero Amina y yo acabamos mezclándonos con 'los hombres' en su deliciosa costumbre.

Debe haber pasado casi una hora. Nos vamos volando en la alfombrilla de "Ali Babá" a casa de Mohamed, donde nos invitan a otro te a la menta. Nosotros ponemos las pastas, deliciosas. Una sala pequeña y humilde con una luz poco intensa. Nos sentamos alrededor de una mesa y vemos la televisión. Están emitiendo una película japonesa, según Abdul Hatah, del director de "Sorgo rojo". La globalización es lo que tiene.

Y de Japón volvemos en la alfombra de geometría masculina a la azotea de nuestra pensión, con sus tejas desgastadas, su ropa tendida y sus tonos lilas y azules. Amina y yo nos vamos a duchar. El caer del agua después de un día tan intenso es un cúmulo de sensaciones difícil de explicar. Como Fez: un cúmulo de colores, aromas y sensaciones -o tener la impresión de que el genio de Aladín vendrá a concedernos un deseo al frotar cualquier lámpara maravillosa-. (La ducha es lo que tiene).

Los 'hombres' se han quedado en la azotea jugando al ajedrez, tumbados en el suelo, con sus lámparas frontales para no despertar a los trotamundos que duermen unos metros más allá, junto a sus mochilas. A su lado, se ha sentado también una pareja con su hijo/a. Es un matrimonio que hemos conocido esta mañana al llegar. Son del sur y están de turismo por Marruecos. Se les ve buenas personas, personas sencillas, sin más. Felices y sencillas. Él juega al ajedrez y conversa en francés con los chicos. Ella observa la partida, y el cielo, en silencio.


INTERIOR. HABITACIÓN - DÍA

A las ocho de la mañana, nos despierta en un exabrupto la llamada de Alá. Son versos del Corán que algún profeta recita desde la mezquita para convocar a los creyentes. Es la hora de la oración. La voz resuena alrededor de toda la ciudad, quizás también de todo Marruecos, o incluso puede ser que esté sonando por todos los países de religión islámica. Con la llamada del cielo de fondo me vuelvo a dormir otra vez. Me puede más la llamada del sueño y yo no tengo Dios al que adorar, por suerte o por desgracia. Una mezcla de irrealidad y de lejanía mística se queda flotando en el ambiente.

HACIA EL MAR SECO

Hoy montones de niños revolotean por las calles de Fez-la vieja y nos saludan simpáticos, risueños algunos, con un heredado y grande 'Bon jour', casi tan grande como esta ciudad, que parece que nunca se acabe y que por eso mismo nunca la puedas conocer del todo.

Mohamed y su amigo Ayib vuelven a abrirnos camino y nos llevan a una tienda-taller de joyería bereber que, para variar la costumbre, nos recibe con un te a la menta y un poco de hachís. Sentada en la alfombra, pienso que la artesanía marroquí es increíble, aunque sus diseños son tan complicados como sus creencias. Busco un collar amarillo, el color del desierto, pero acabo con el símbolo bereber colgado del cuello. Es un collar con forma de T que antiguamente utilizaban los bereberes para orientarse en el desierto, pero también para cruzar la frontera con Mauritania, según me explica el vendedor, un chico de unos 20 años que no para de hablar y de fumar .

Después de recoger nuestras mochilas de casa de Mohamed y de despedirnos de ellos y de su hermanita Himan, que no ha parado de hacer travesuras y de jugar con Abdul Hatah en lo que ha durado el te, cogemos el autobús con destino a Merzouga, el desierto, con una mezcla de menta, tabaco de vainilla y galleta de mazapán, el buen sabor de una ciudad que parece ocultar más de lo que puede (o quiere) mostrar -que es mucho-, y que ahora dejamos atrás, en el recuerdo.

Nos acompaña un nuevo miembro, unos asientos más atrás, que resultará ser toda una caja de sorpresas además de nuestro (llamémosle) guía por las dunas. Se trata de Abdul, alias 'un pogo, amigo'. Pero no nos avancemos antes de llegar.

01:50 p.m.

Seguimos en el autocar de camino a Rissani, donde cogeremos un taxi que nos llevará hasta Merzouga. Paramos en un hotel comercial y hay un pequeño puesto de comida asada de donde crece un humo denso y apestante. Me recuerda a los trayectos por las carreteras (que no autopistas) de Bolivia, aunque aquí no haya niños y mujeres indígenas vendiendo cuñapés (unos panecillos con queso muy típicos de allí).

De aquí a unas cuatro horas, según Abdul, estaremos en el desierto. Abdul, uno de los sobrinos de Mohamed padre, tiene 22 años. Viene con nosotros porque hemos llegado a un acuerdo -o eso pensábamos nosotros- en la Casa de Alfombras, después de un largo tira y afloja. Unos 200 euros (más propina...). Abdul nos explica que tiene una hermana de 14 años que estudia matemáticas -o eso creo haber entendido- y un hermano mayor que, como él, se dedica a ganarse la vida como puede. Cuando nos lo han presentado, en la tienda, Amina y yo hemos visto en él una mirada perdida, parecida a la de los niños de la calle de la casa de acogida en la que trabajábamos, Techo Pinardi, en Bolivia. 'Un pogo (tras otro), amigo...'. ¿Qué es lo que le provoca esa necesidad imperiosa de evadirse las 24 horas del día?

INT. AUTOBÚS - Noche

Carretera y manta hacia un lugar al que nunca antes hemos ido, observando un paisaje que podría ser o estar en cualquier otra parte, porque, como dice Amina 'guardiana de secretos' mientras miramos por la ventana, todos los países son iguales, pero diferentes. Gente que vende y gente que compra a altas horas de la noche, como en Bolivia o como en tantos otros países alejados de los grandes privilegios del primer mundo; gente que va y viene por motivos parecidos o divergentes. Una misma mente que habla y piensa en lenguas diferentes...

7.00 a.m.

Llegamos a Rissani. Al bajar del autobús, nos invade una pequeña nube de arena y una 'manada' de ofertas de rutas por el desierto. Nos sentamos en la terraza de un hotel de aires tropicales a tomar café y te. Mientras Abdul busca un taxi que nos acerque a Merzouga, otro guía nos advierte que Abdul no es de fiar -algo que el conductor del autobús les ha dicho antes a Amina y Ismail, por lo visto- y nos ofrece una mejor oferta. Abdul Hatah 'Ali Babá' y Ismail ajó intentan negociar con él, pero al final decidimos quedarnos con Abdul debido (creo) a mi mosqueo por lo mezquino que me parece dejarlo tirado, después de lo bien que nos han tratado en Fez. La intuición femenina no siempre acierta, que le vamos a hacer...

De repente aparece Abdul con una tartana y un taxista sudafricano. El otro guía se va entre insultos y rebuznos varios, que me provocan una mezcla de indiferencia y asco. Atrás dejamos Fez-laberinto para pisar lo que siglos antes era verde, azul, campo, río, vida animal y vida vegetal, pero que se ha debido quedar enterrado en la arena. ¿Será el desierto como lo han descrito aquellos que lo han pisado, o serán sólo prejuicios que se me han quedado incrustados piel adentro?

ARENAS DE MERZOUGA

De un laberinto a la nada, a la suspensión en el tiempo y en el espacio, a la infinitud, al silencio.
El sol aparece delante de nosotros. Hay unos 30 quilómetros de Rissani a Merzouga. Treinta quilómetros también de carretera y manta, aunque esta vez se trata de una manta aun no asfaltada, a ratos blanca y a ratos negra (también hay desierto negro, sí). Algunas acacias y algunas matas se levantan, con mucho esfuerzo, de una tierra tostada, de un suelo de piel arrugada, al lado de piedras y piedras que recogen historias del pasado. A lo lejos asoma una duna que presume de serlo, aunque parece una montaña. Nos sigue una ola de calor sorda, metálica, quieta.


Miro a los demás con una sonrisa de oreja a oreja. Estamos todos contentos de estar aquí, yo, de estar con ellos y también de estar lejos de todo lo de siempre, pero más cerca de nosotros. Alegría también por el espacio abierto y insondable que nos rodea, supongo.

Atravesamos la puerta de entrada a Merzouga. Dentro de la tartana suena música tradicional árabe y flamenco bereber. Hoy, jueves, es día de mercado. Algunos hombres desayunan o simplemente comparten el te sentados alrededor de una mesa. Venta ambulante. Miradas curiosas hacia nosotros y desde nosotros. Mujeres-momia escondidas bajo chilabas negras que huyen de nuestra curiosidad. Pobreza (o más bien austeridad). Una pequeña sociedad que funciona, aunque cuente con pocos recursos.

Llegamos al hotel, una casa de adobe con un patio interior enorme. Subimos a la azotea a tomar el te y a fumar. En el patio se amontonan algunos grupos y algunos solitarios tuaregs (los nómadas del desierto) vestidos con túnicas blancas o azules. Algunos cumplen con su oración arrodillados encima de una alfombra, otros meditan, o bien conversan, otros simplemente no hacen nada. No acabo de entender qué hacen en este hotel: ¿viven aquí? ¿están de vacaciones? ¿son empleados? No lo entiendo, y no se lo pregunto porque no quiero interrumpirles, y me da la sensación de que no me van a entender.

Bajamos a desayunar. Un niño de no más de diez años nos sirve pan con mantequilla y mermelada. Inspirados por el desierto o por el hachís, entramos en un fervoroso debate sobre la moral y los límites de la ciencia que no nos lleva a ninguna conclusión (unánime). Minutos después, caemos rendidos en el suelo, o encima de los grandes cojines de los asientos. No se oye nada, tan sólo algún ventilador que merodea circularmente sobre nuestras cabezas agotadas, pero sin molestar. Me envuelve un aroma extraño. Alzo la cabeza y me doy cuenta de que alguien ha encendido una varita de incienso. Lo ha hecho tan sigilosamente que al menos yo no me he dado cuenta de su presencia. Cierro los ojos y los vuelvo a abrir. ¿Será que estoy soñando?

13:50H.

Amina debe tener muchos secretos por guardar porque sigue durmiendo. Como un tronco. Ismail ajó Abdul Hatah 'Ali Babá' me enseñan a jugar al póquer. Abdul Alí duerme -de hecho, es lo único que hace a parte de fumar y tomar te-. El ventilador sigue dando vueltas, y el tiempo se ha quedado también dormido. La partida avanza, los minutos, no. Los pensamientos campan a sus anchas, pero bajo una nube espesa provocada por un viento ardiente que entra por la ventana, y que no nos deja salir de la casa hasta las cinco o seis de la tarde. Silencios largos y frases cortas -y el ventilador que sigue chirriando, quizás para darle cuerda al día.

18:00h.

Subimos al camello. Tres largas y aburridas horas de recorrido entre las dunas. Cuerpos recortados por la mitad que se bañan en la arena. Nada más. Llegamos a las haimas, donde otros turistas hacen lo mismo que haremos nosotros, como está indicado. Escalamos una duna. Una vez arriba, vemos como la tarde y el calor sofocante se despiden. Dormimos a la intemperie después de comar tajine y melón troceado, y de compartir unas risas y un redoble de jambé. Miramos las estrellas pero no las vemos (demasiada nube) y supongo que todos pensamos: 'pues vaya'.

Nos dormimos a pierna suelta, debajo del cielo tapado. Algunas historias de noches de blanco satén amainan poco a poco. La risa y el eco de un grillo imaginario que ha acompañado a Abdul Hatah 'Ali Babá' en su travesía, y que no sabemos como habría podido llegar hasta aquí sin morir en el intento, resuena en mi cabeza hasta que se oye el silencio absoluto, otra vez. Pienso en la noche en la selva boliviana y en la comunicación de la fauna en la lejanía. El desierto y la selva son todo lo contrario, pero como suele decirse, los opuestos se tocan. El silencio es igual de grande.

INT. ALGO PARECIDO A UN HOSTAL - ALGO PARECIDO AL DÍA

Dormir, pensar, comer, rezar, ducharse, tomar te, ver pasar las horas, lentas, así los años. Es lo único que se puede hacer aquí, a lo largo del día. El siroco y la temperatura (33 grados que debido al clima parecen 100) son más fuertes que ellos, que nosotros. El tiempo no existe (o al menos, no en la medida en que nosotros lo conocemos). El espacio sí, pero a ratos parece que estemos a años luz de todos los espacios conocidos.
En algún momento me viene a la cabeza una frase: "No hi ha passat ni futur. El passat és sorra i pols. El futur és en el vent"... Com hem acabat, aquí? Quan va començar, aquest viatge?

L'AVENIR

Després d'una llarga lluita per desfer-nos de l'Abdul Alí, que ens ha montat un pollo a l'estació d'autobusos perquè no estava d'acord amb la propina que li volíem donar (100 MAD, o sigui, 10 euros que al final han estat 300, crec), pujem a l'autobús en direcció a Tineghir, sense poder treure'ns el mal rotllo del cos, però. Aconseguim vence'l, finalment, gràcies al sentit de l'humor, sempre tan útil en els moments més negres, i desenterrem els riures en recordar la seva imatge (dues úniques dents sostingudes per un cos de filigrana i unes babutxes tres talles més grans que la seva) i la seva mítica frase, amb un canuto enorme entre els llavis: '¿Tú querrer pogo, amigo? No, gràcies. Tindria ell la seva part de raó? Quin és el preu just, la propina adequada? L'Amina, l'Abdul Hatah i l'Ismail coincideixen en que ens ha timat de mala manera, però jo encara dubto (com sempre).

Arribem a Er-Rachidia. De camí he conegut un periodista marroquí. Anava a Erfoud, segons he entés, a cobrir un reportatge sobre una cerimònia de casament, que dura uns tres dies. M'ha convidat a anar amb ell i hem intercanviat adreces. També m'ha dit que la propera vegada que vagi al Marroc puc allotjar-me a casa seva. La hospitalitat marroquina. 'Inxal·là', he contestat (si Alà ho vol).

Hem d'agafar un altre autobús o bé un taxi que ens porti fins a Tineghir. Decidim anar a la gola del Todra, situada a l'Alt Atles. Baixem de l'autocar i, com sempre, hi ha uns quants homes que ens ofereixen allotjament i transport a la desesperada. No et deixen temps per pensar, i ja estem prou mosques pel mal tràngol amb l'Abdul Alí com per aguantar tonteries.

Afortunadament, trobem un home de caire tranquil i assenyat que ens proposa buscar-nos un taxi a bon preu. Malgrat haver quedat en que no tornaríem a acceptar propostes de cap tipus, ens dona confiança (i suposo que arribem cadascú a la conclusió de que estem al Marroc i no podem fer res més) així que ens deixem portar a prendre un te mentre esperem al taxi que ens ha buscat. A la televisió, es veuen videoclips àrabs occidentalitzats. L'home assenyat ens aconsella alguns llocs per visitar i ens dóna la seva visió del Marroc, un país de contrastos. Si no he entés malament, treballa de peó d'obra i fa de captador per guanyar-se uns quants calés més, perquè el sou és baix.

Arriba el taxi. Hem acordat un bon preu. Li donem una petita propina pel favor, que accepta sense queixar-se, amb humiltat, i ens acomiadem amb un malekum salam. El fet de que al Marroc gairebé mai hagi un preu prefixat provoca això: unes vegades guanyes, altres vegades perds, (i altres arribes a un acord, democràticament, que no tot és blanc o negre).

Pujem a un taxi col·lectiu sense aire acondicionat. Hi ha unes dues hores de camí. Anem els quatre darrere, molt apretats. Davant, el seient doble del costat del conductor l'ocupa permanentment un empresari de Casablanca que fa turisme pel seu país. Per la seva roba -duu camisa blanca de marca i unes ulleres de sol també de marca-, la seva eloqüència en la parla i el seu optimisme -sens dubte, aquest home és un entusiasta-, dedueixo que representa la classe més benestant i avançada del Marroc, també la més occidentalitzada, clar. Al seu costat, s'asseuen homes diferents, que fan trajectes més curts, que van i venen, com nosaltres. El viatge acaba fent-se pesat per la falta d'espai i la calor.

Es fa de nit. A la fi hem arribat a Tineghir. La plaça central està atepeïda de gent, com totes les places del Marroc. Per variar, tenim vàries ofertes per escollir, totes fantàstiques, és clar -són bons captaires, els marroquins-. Em crida l'atenció la proposta d'un noi d'uns 14 anys, per la mirada del noi i pel nom de l'hospedatge que llegeixo a la tarjeta: 'L'avenir'. 200 MAD per nit i podem dormir a la terrassa. El seguim.

L'hostal és dels millors que trobarem al llarg del viatge per aquest preu. És realment una ganga, perquè equival a un hotel de 3 estrelles i té una decoració molt juvenil. A la recepció-sala d'estar hi ha llibres per tot arreu, sobretot de fotos i viatges. Ens acull un altre noi d'uns 20? 25? anys, molt educadament. Fem dos nits a Tineghir, potser perquè la dutxa de la teulada-terrassa és afrodísiaca, un plaer per a tots els sentits des d'on pots contemplar part de la ciutat sota l'aigua. 'Una dutxa damunt del cel', la titulo, mentalment, mentre tararejo 'Knock, knock, knocking on heavens door'.

Fumem i prenem te després de sopar a un petit restaurant. L'amo és un parisí de tracte cordial i bones maneres. Pur savoir faire, vaja. El Saïd -així es diu el noi que ens ha rebut a la plaça- ens acompanya -de fet, no deixarà de fer-ho en tota l'estada, per bé i per malament.

L'endemà esmorzem amb la calma pà torrat amb melmelada i café amb llet, també a la terrassa. Estem practicament sols a l'hostal, un fet insòlit tenint en compte la qualitat-preu del lloc, com deia. Hores després anem cap a la gola del Todra amb el Saïd. Penyasegats d'impressió, nens i famílies marroquines que es banyen feliçment al riu, com si fos diumenge. Les dones, per descomptat, s'han de ficar a l'aigua vestides.

Després de fotre'ns un bon bany, preparem l'amanida a lo picnic, i menjem tots del mateix plat, una de les coses que crec que hauríem d'aprendre del Marroc. De tornada, parem a casa d'un home que ven catifes, tot i les nostres reticències perquè no volíem comprar. L'home de la casa ens convida al te (també dit whisky bereber) mentre ens mostra com teixeix la seva dona, en un teler tradicional, sense obrir la boca ni aixecar la mirada en cap moment. Tot el contrari que ell, que de manera pausada reflexiona sense parar sobre la situació actual al Marroc i les diferències que hi ha amb Occident.

No hi ha cap mena de dubte de que es tracta d'un bon home, de vida humil i paraula honesta -massa honesta, potser, per a un comerciant-. Conversem una llarga estona i finalment m'ofereix una catifa a canvi del meu rellotge i uns quants dirhams, però he estat poc avispada i li he dit que m'havia costat 9 euros. Em pregunta si tinc alguna cosa més per canviar però després de molt mirar no trobo res del que em vulgui desfer -el 'trueque' és una altra forma d'intercanvi de mercat, al Marroc-. Finalment no comprem ni intercanviem res però si qualsevol dia necessito una catifa, vindré a comprar-li a aquest bon home, que en cap moment ens ha intentat increpar per no comprar. Inxal·là!

Tornem cap a l'hostal a peu. El Saïd ens porta per un bosc fèrtil. De tant en tant, ens creuem amb gent que viu allà, gent de vida camperola. És això el Marroc? Em sorprén tant de verd, i per un moment, mentre atrevessem una mena de pont que hi ha, tinc un dejavu molt lúcid que gairebé em fa caure. En fi...

Passada una hora, potser dues, arribem a l'altre extrem, on hi ha la carretera per on hem vingut. Ens queda encara un bon tros per arribar a l'hostal. Estem cansats i se'ns farà de nit, però veure la tarde caient des de la carretera és tot un espectacle visual i sensitiu. Ens creuem amb dones molt ben vestides que van de casament. A aquest país, es celebra una boda cada dia. Em sobta (sobretot, el fet de que són bodes definitives, sense divorci...).

Fem autostop. L'Amina i jo pujem amb tres homes vestits amb túniques blanques i barret rodó. No sé a quina varietat de l'islam deuen pertànyer, segurament a la més radical, però semblen molt bona gent. Efectivament, ho són: El conductor no accepta la propina. S'acomiada desitjant-nos bona sort. Una altra mostra de l'hospitalitat marroquina -la que no demana res a canvi, vull dir-.

Arribem a l'hostal i l'altre noi -crec que es deia Sadik- m'ensenya com preparen ells el te. És tot un ritual. Parlem amb un altre home que s'allotja allà aquella nit -i alguna més, perquè tenen un tracte molt amical- mentre prenem el te que hem preparat. I és que el te és una excusa per compartir una estona de conversa, o simplement de companyia, amb els altres. Una altra costum que no estaria de més portar a la maleta a la tornada.

Poc després, el mateix home puja a la terrassa i fa sonar una guitarra bereber. És una música d'aire nostàlgic, molt apropiada pel moment. Tanco els ulls, cansada, i penso en les nits a les teulades, un ritual marroquí que m'encanta. La tranquil·litat i el romanticisme duren poc, però. Torna el Saïd amb la seva energia adolescent, desmesurada i poc empàtica, i es posa a tocar un jambé a tota pastilla. Decideixo otorgar i me'n vaig a la dutxa per no estampar-li el jambé a la cara. Després de l'afrodisíac, em pregunto si aquest noi tindrà futur més enllà d'acompanyar turistes antipàtics, i penso en l'avenir durant llarga estona, abans d'anar a dormir. Poques vegades les coses ocorren com les imaginem, en un principi. Qui m'anava a dir que estaria aquí, amb ells, una nit com aquesta, sota un sostre de canyes?

SI MIRES LA LLUNA, LA LLUNA T'IL·LUMINARÀ

L'endemà al matí agafem l'autobús que ens portarà des de Tineghir fins a Ouarzarzate. De camí, el Toni ha entaulat conversa amb l'Abdul Atif, un artista de Tasselmant, un poblet que hi ha a uns quilòmetres d'Ouarzarzate. Dinem amb ell. Ens explica que ha estat ell qui fa fet el dibuix que hi ha a la paret que tenim darrere: cel blau, cases i un palmerar. Tot un oasi, vaja. Malgrat que la conversa és dificultosa -deu parlar un dialecte diferent al francés de l'Ismail i l'Alí Babà perquè ni tan sols ells l'entenen-, decidim anar amb ell perquè tampoc tenim res millor a fer i perquè no ens agrada Ouarzarzate, potser perquè el dia és gris i estrany.

Arribem a Tasselmant i penso en una altra frase que vaig llegir abans de fer aquest viatge: "Le hasard es milheur que un rendez-vous", l'atzar és millor que una cita. Sembla un poble encantat, potser pel dia que fa. Ens trobem enmig d'una terra àrida però amb racons verds, entre les muntanyes de l'Alt Atles i el desert. Després d'estar uns minuts asseguts a la sala d'estar esperant no sabem què ni a qui, apareixen les dones de la casa, una darrera de l'altra, amb les seves túniques colorides i els seus vels. La Fatema, una noia de 19 anys, és pura vitalitat, a part de ser guapíssima. Escenifica a la perfecció la bellesa oriental tan admirada per l'home occidental -amb raó-.

Ens serveixen café amb llet en una tassa de café i ens conviden a pà amb mantega. Parlen amazigh, un dialecte bereber, en veu molt alta. Com que no entenem res, es crea una situació molt còmica i els esforços que fem per comunicar-nos es queden en això. Afortunadament, intervenen l'Abdul Atif i el seu germà Hassan, de pell negra, que és artista com ell, però no acabo d'entendre res, encara que parlin en francés. La veritat: tampoc no m'importa. Estic feliç, tant feliç que em ve al cap una idea ben absurda, però curiosa: els meus avantpassats devien ser berebers... (bereber vol dir 'gent lliure').

Després de mirar-nos les casetes de sorra i cartró amb les que es guanyen la vida l'Abdul Atif i en Hassan i de ser batejats amb els noms berebers que portem a aquesta història, fem una petita excursió amb ells, que ens fan pujar una petita muntanya per veure la vesprada del seu poble. Increible. L'Amina ensenya a la Fatema el ball de la Macarena i tots riem.

Una estona més tard, arriba l'hora de fer el couscous. Les dones ens arremanguem, ens col·loquem un vel per recollir-nos el cabell i ens fiquem a la cuina. Mentrestant, els homes prenen te i miren la tele a la terrassa, un pati interior que han habilitat amb catifes i dues tauletes per convertir-lo en una mena de sala-menjador sota el cel.

Mentre elaborem el couscous a l'autèntic estil tradicional, entra a la cuina una cosina de la Fatema, que si que parla francés. Això demostra que és una noia diferent, al poble, i que té estudis. M'explica que voldria ser periodista, ella també, i aprendre a parlar anglés, però a Tasselmant ho té difícil, perquè les dones estan destinades a trobar un marit per convertir-se en mestresses de la llar i dels homes. Penso, no obstant, que la Nadir -així es diu- és una noia intel·ligent i amb empenta, i que si ho desitja realment acabarà fent el que vol. Això li desitjo, ho vulgui o no Alà.

Dues hores després, el couscous ja és a punt i el servim a taula. Ens el mengem amb les mans, tots del mateix plat. El pare de família, que fa poc ha arribat de treballar, ens dóna una cordial benvinguda, i no para de riure mentre es porta el menjar a la boca. Un altre entusiasta, com el del taxi cap a Tineghir, tot i que porten vides que no tenen res a veure. És una nit perfecta, feliç.

Havent sopat, la Fatema ens vesteix a l'Amina i a mi amb els seus vestits de núvia i assistim així vestides a un típic ball bereber, en el qual els homes escullen la seva futura dona. Si la dona està casada, però, té prohibit ballar, perquè no pot 'provocar' altres homes, tot i que el ball consisteix en moviments discrets en rotllana, amb les dones tapades de cap a peus i separades de la resta d'adolescents i nens que també segueixen el ritme de l'orquestra. La majoria de gent seu i mira.

Em quedo bocabadada, doncs, quan la Nadir m'explica que la Fatema no pot ballar perquè s'acaba de casar. S'ha posat guapíssima, però no es pot lluir, així que només pot seure a la cadira i mirar com balla la resta de la gent. Jo també m'assec, una mica entristida en veure les ganes que té la Fatema de sortir a la pista. Ens mirem i ens entenem, sense dir res. La Nadir fa el mateix: seure, callar i intercanviar la mateixa mirada de desaprovació.

Hores després, ens anem a dormir al 'llit' improvisat que ens han preparat al pati, sobre les catifes, que tenen segles i segles d'història. La mare de família -que segons el vel que es posi i l'expressió que adquireixi a la cara pot ser l'amabilitat personificada o una rèplica de la mateixa Bernarda Alba- ha pujat a dormir a la teulada amb el seu marit, que l'espera des de fa estona. Una altra costum que no estaria de més adoptar al nostre Occident. La imatge em fa recordar Les mil i una nits, i penso que és ben trist que la majoria pensi en Bin Laden en comptes de en aquests contes meravellosos quan parlen de la cultura àrab.

18/08/2008'

Al dia següent, ens preparen un deliciós esmorzar que consisteix en una mena de sopa d'arrós de color groc, café i llet i pà amb mantega. En acabar, ens fan una visita guiada pel poble. Malauradament, l'Amina no es troba gaire bé i vol marxar a Marrakech, però em sembla que guanyem per majoria absoluta. L'Abdullatif ens porta a la casa dels seus pares i ens presenta la seva mare, una dona de 115 anys -crec que conten el temps de manera diferent, però: potser té 90-. Està asseguda damunt una catifa amb les cames creuades a l'estil d'un buda! Per flipar. Sembla una sàvia... Ens conviden a un altre te a la menta i fem una ruta per la granja: una dona ordenyant una vaca enooorme, ovelles que ens miren contrariades... En fi, el que tenen les granjes.

Acompanyo a l'Amina a casa amb l'Abdul Atif en veure la seva cara: es troba molt malament i deu ser per això que està una mica ofuscada. Mentre ella s'adorm a la sala on ens van rebre ahir -li han donat una infusió anomenada 'isdri' pel mal de panxa que l'ha deixat 'grogui'-, la Fatema em dibuixa henna als peus. La mare ens observa i tanca els ulls de tant en tant, des del sofà, on reposa. Jo faig el mateix, submergida en una calma plaent, silenciosa, fora del temps, com el primer matí quan vàrem arribar al desert...

Passada una llarga estona, la gent comença a entrar i sortir de la sala, impacient. Esperen que m'acabi la henna per poder dinar. En acabar, gairebé una o dues hores després, la Fatema m'agafa en braços i em trasllada a un nou menjador improvisat, com si fos la cosa més normal del món. En l'espai que hi ha entre les habitacions i el pati, han col·locat tot el que aquest matí era a la terrassa, deixant-la buida. Mentre esperem que portin el tajine -jo immòbil, és clar-, entra una dona negra i grossa i comencen a parlar en bereber. L'únic que entenc és que li agrada la henna. És pura expressivitat. De sobte, comença a cantar i totes s'afegeixen, i fan un so que ve a ser un 'trililili' amb la llengua de costat a costat. És un cant salvatge. A l'Amina i a mi ens encanta.

Havent dinat, continuem la henna, ara a les mans. L'Abdul Hatah 'Ali Babà' i l'Ismail ajó ajó també s'animen. Fins i tot l'Amina, que per sort ja es troba millor. Isdri? Potser sí, o potser només necessitava una mica d'intimitat, o potser està feliç perquè veu que arriba el moment de marxar...

Ja a la nit, mentre esperem el sopar -l'Amina i jo també-, veiem el vídeo de la cerimònia de casament de la Fatema, que em treu a ballar la música tradicional bereber que està sonant. El pare i la mare ballen després, més contents i despreocupats que unes pasqües. Menjem arrós amb mel -bonísssssim- i poc després la Fatema, la seva mare i la seva cosina es van a arreglar per assistir a un ball, on només està permesa l'entrada a les dones. Jo aquest cop no hi aniré, en part, perquè crec que em sentiré massa estranya, en part, perquè volem marxar demà a primera hora, innocents de nosaltres.

Les maquillo i marxen amb enrenou i coqueteria. Nosaltres ens quedem a la terrassa fumant i prenent més te. Poca estona després, l'Amina i l'Abdul Hatah 'Ali Babà' es queden adormits, amb les ulleres posades, mentre veig el Tom&Jerry amb els nens de la casa, súper oberts i simpàtics. És curiós però cada vegada que em miren somriuen! Quan acaben els dibuixos, l'Abdul Atif i el Hassan m'ensenyen el tifinagh, que és l'alfabet amazigh o bereber, així com algunes paraules i expressions. Entre elles, un proverbi que l'Ismail ajo s'aprén en un moment però que jo trigo llarga estona en memoritzar: "Irkin zrigh ayayor tilite atifout" (Si mires la lluna, aquesta t'il·luminarà).
No m'he adonat però s'han fet les 5 de la matinada. Tot i que ells volen continuar, jo els dic clarament que ja tinc prou. Insisteixen. Ja tinc prou. Insisteixen. Bona nit -els dic, en català-, i me'n vaig a dormir, sense més preàmbuls. És cert, però, que malgrat ser tan estranys i tan diferents, em sento molt a gust parlant amb ells. Serà que la lluna ens il·lumina a tots per igual, o vés a saber. Bé, prou. 'Bona nit', com anava dient.

MACHEL MOUCHKIL (Cap problema)
Marxarem d'aquí o ens han segrestat? Bé, no em sento així però crec que si nosaltres no ens posem serios, per ells, encantats d'acollir-nos al seu poble, vés a saber fins quan... Anem a visitar la kasbah i el taller de l'Abdul Atif i el Hassan, que es troba al costat d'un paisatge xulíssim on es fan els rodatges de moltes pel·lícules. Dues hores després tornem a casa i descansem a la sala d'estar improvisada mentre mirem la tele. Avui, són els homes els que preparen el tajine. Ens el mengem amb molta gana, i no, contra tota previsió, encara no marxem. Potser després de dinar? És una opció...

...errònia, perquè el que anava a ser un comiat a casa de la Fatema, on viu amb el seu marit 'Water Party' (aguafiestas pels amics), s'ha convertit en una mena d'estratagema perquè ens quedem una nit més. Ens n'adonem quan veiem que ens preparen un altre te amb fruits secs i segueix arribant gent, mentre es fa de nit. L'Amina està a punt de matar-nos per no fer cap esforç per marxar -jo crec que hagués estat inútil- però resisteix. La Fatema se'ns torna a emportar a l'habitació i torna a vestir-nos de boda per fer una sessió de fotos amb la meva càmera. L'escena és entre còmica i surrealista, i jo no puc deixar de riure. L'Amina no ho acaba de veure clar, però...

Finalment, arriba l'hora d'acomiadar-nos de la Fatema (segur?). Segur. Ens quedem una estona a l'entrada. Miro la lluna i recito el proverbi bereber, tota entusiasmada, però crec que ho pronuncio malament perquè em corregeixen un parell o tres de vegades, fins que desisteixo. Mentre ens allunyem, se sent la veu de la Fatema que ens crida: 'Amina! Ghezlane! Je vous aime'. Maquíssima. Seguim voltejant el poble i ens trobem amb la Nadir, que mira per la finestra de casa seva. Què deu estar pensant? 'Adéu, Nadir, tant de bo aconsegueixis el que vols', penso jo.

Se senten veus masculines i tambors. Què és això? L'Abdul Atif m'explica que es tracta d'una cerimònia de casament, però només per a nois. És com una 'despedida' de solter però a l'estil bereber. Em quedo un altre cop flipada, i m'alegro moltíssim de poder presenciar això. Un altre m'ho explica i crec que no m'ho crec. Un cop a casa, ensenyem a la Fatema a ballar una sevillana i em quedo profundament adormida en dos minuts. Estic molt cansada i sí: demà marxem (inxal·la...).

I sí: Alà ho ha volgut, gràcies a Déu. De no ser així, l'Amina s'hagués convertit en una deesa guerrera i hagués lluitat contra el mateix Alà, en podeu estar ben segurs... Jo potser m'hi hagués afegit, la veritat... Però bé, no caldrà. Café, llet, pà, truita francesa amb molt oli i sopa groga amb arrós. La família insisteix en que es quedem, però ens imposem. L'Abdul Atif ens regala un braçalet i un anell -tan petit tan petit que el perdo al bus-, però "machel mouchkil"... (Machel mouchkil és com una frase feta que repeteixen sovint, els berebers, i vol dir algu així com 'no hi ha motiu per preocupar-se perquè es solucionarà'. Dit d'una altra manera, 'don't worry, be happy'). Me l'apropio com estil de vida -a veure quant dura.

L'Abdul Atif i el Hassan ens acompanyen a la parada (per dir-li d'alguna manera al lloc al costat de la carretera on ens esperem a que passi l'autobús). L'Abdul Atif vol continuar amb la lliçó bereber però jo ja he tingut prou, i necessito respirar una mica. La veritat és que cansa molt fer-te entendre i estar fent l'esforç d'entendre l'altre quan no coneixes la seva llengua, més encara si és tan diferent a la nostra. Tot i així, intento ser educada per no ofendre'l.

Una hora, i el bus que no passa. Una altra hora, i el bus que no passa. Una hora més, i han passat no sé quants autocars però cap que vagi cap a Marrakech. En passarà algun? No l'hauríem d'anar a buscar a l'estació d'autobusos? "Mouchil mouchkil", insisteix l'Abdul Atif, "mouchil mouchkil"... Però sí mouchel mouchkil perqCursivauè fa una calor abrassadora i tenim ganes d'arribar a Marrakech, així que prenem la iniciativa de caminar fins a la zona de taxis i parades de fruita, carretera enllà. Com a molt hi ha deu minuts així que no és cap odisea. Negociem amb un taxista sudafricà i ens acomiadem de l'Abdul Atif i el Hassan, que malgrat haver-se quedat amb la cara llarga no deixen de repetir-nos: Mouchel mouchkil, mes amis, mouchel mouchkil. Cap problema. Seguim la nostra ruta. Cap a Marrakech.

20 d'agost 08'

Arribem a Marrakech a mitja tarda. Ens ha portat un noi sudafricà que porta la tranquil·litat del desert escrita a la cara. Parla poc, només quan li preguntem. Ens instal·lem al primer hostal que trobem perquè estem cansats després de tantes hores de viatge i no ens ve de gust buscar res millor. Ens deixen guardar les motxil·les a un petit quartet, on poc després s'acomoden dues dones de la neteja a veure un programa del cor a la televisió.

Pujem a la terrassa, on dormirem per 2 euros. És una terrassa vella, bruta, deixada, decadent, però té el seu encant. Rere nosaltres hi ha uns homes que mediten, alguns parlen. Semblen indigents, sense sostre -bé, bromes a part, tots ho som, ara mateix-. Cau la tarde, vermellosa, mentre un núvol de fum no deixa de pujar desde l'emblemàtica placa Djema el Fna. La barreja del malva del cel, el fum gris i pestilent i l'enrenou permanent que se sent a baix em fa entendre perquè aquest lloc ha estat proclamat patrimoni de la humanitat, i no sé si la decadència i aquest aire com de fi del món ve de la teulada on som o de Marrakech.

Djema el Fna vol dir 'assamblea dels morts', però contrariament, tant la plaça com els carrers que l'envolcallen estan plens de vida. I de turistes. I de paradetes de menjar, i conta-contes, i dones que dibuixen henna, i gent que va i ve sense parar, i bojos, molts bojos. És un caos, un caos ple de vida, però un caos. Seiem a sopar enmig d'una marabunta de gent que fa el mateix, en una de les mil taules que hi ha. En acabar, passejem com podem, esquivant transeunts i motoristes, i també captadors, per variar.

Ens asseiem a mirar un espectacle de teatre absurd, amb gallines. No entenem res, no sé si perquè no hi ha res a entendre o perquè parlen àrab. Marxem d'amagat abans de que ens timin (els espectadors a qui els hi toca han de posar diners no sé per a què). Tornem d'hora a l'hostal, després de recòrrer els carrers laberintics i les tendes de la medina, molt semblants a Fes. Marroc és els seus zocos, això queda clar. L'Ali Babà i jo ens quedem 'filosofant' fins les dues de la matinada sobre el la cultura i la religió àrab, sobre dos móns diferents i potser irreconciliables. Ens quedem mirant a la plaça, que encara segueix desperta, esbojarrada i musical. Un gat miola violentament, i ens espanta. Rere nostra, s'han afegit més homes. Dormen. Però què fan, allà? No tenen casa, ni dona i fills que els esperin?

L'endemà, després de la dutxar-nos al lavabo, tornem a visitat el zoco, les curtideries i també una antiga universitat on s'ensenyava l'alcorà. Aviat, però, tornem a recollir les motxil·les per dirigir-nos a Essaouira, la ciutat del vent, fugint del caos i dels turistes en massa. Un home gran s'ofereix a portar-nos fins a l'estació en el seu carruatge, del que tira un ase. És un home peculiar, que em recorda al protagonita de la peli "Una història verdadera", del David Lynch. Arribem a l'estació i l'Ismail, en un raptus d'inconsciència o d'agraiment, li dóna 90MAD de propina, veient que l'home no deixa de demanar. Una bogeria tenint en compte que estem al Marroc i que dormim per 20MAD. L'home s'ha anat més content que unes pasqües, cridant 'jia, jia' al seu ase, perquè avanci. Tot un personatge.

Agafem l'autocar que ens portarà, doncs, a la vora de l'Atlàntic. Sé molt poc d'aquesta ciutat que ens espera, però em dona molt bones vibracions. Deu ser l'oceà... o deu ser que estic farta de Marrakech.

BLOWIN' IN THE WIND

El paisatge que es deixa veure des de les finestres en el trajecte cap a Essaouira és espectacular. Em recorda a les estepes descrites per Manolo García als seus poemes. El conductor, però, és una mica temerari, i ens dóna més d'un ensurt, amb el so del clàxon que sona i resona, una i altra vegada, amb la qual cosa deixo de fer volar coloms.

En arribar, una dona vestida amb túnica i vel marró ens ofereix apartament, a la desesperada, i nosaltres l'acompanyem, no sé per què. No aconseguim regatejar-li el preu així que marxem a la bona de Déu, per variar, a veure què trobem. Efectivament, bufa el vent, però no és gaire molest -de moment-. Amb les motxil·les a sobre, anem direcció a la platja. Hem passat d'una ciutat vermella i agobiant a una ciutat blanca i blava, completament oposada si no tenim en compte el zoco, clar, que aquí al Marroc està sempre ple de gent.

Així, ens endinsem en la medina i decidim dividir-nos per buscar un apartament. Estem a punt de quedar-nos amb un petit a acollidor, molt colorit, però no arribem tampoc a cap acord. El captaire s'enfada amb nosaltres perquè no troba bé que, mentre l'Ismail i jo tractem amb ells, l'Abdul Hatah i l'Amina hagin anat a buscar un preu més econòmic. Marxem d'allà amb la cua entre les cames, i seguim a un bon home marroquí que ha conegut l'Amina i que, casualment, coneix la Garriga, d'on és ella. Ens ofereix el seu apartament pel mòdic preu de 300 MAD entre els cuatre (30 euros) per dos dies. Una altra ganga.

Els carrerons, com sempre, estan plens de gent i de vida, malgrat que són gairebé les onze de la nit. També de caos i de brutícia, tot i que, potser pel vent, o potser per les influències brasileres i sudafricanes, la ciutat té un toc com més lliure, més que a qualsevol altra ciutat del Marroc, fins i tot que al desert. Per la mateixa raó, potser, prolifera l'art, aquí i allà.

Un cop allotjats i descansats, anem a veure un concert de música gnawa (una barreja de reggae amb bereber). És el festival de gnawa que se celebra a la ciutat des de fa anys, per sort nostra. No hi ha cervesa, ni gent que fumi. Ho tenen prohibit, clar, fins i tot de festa. Em quedo perplexa, tot i que la plaça està plena de gent de totes les edats que balla o que simplement mira.

L'endemà, ens aixequem amb la calma. Poc després, anem a menjar sardines a un carreró de parets blavoses i envellides on els gats, raquítics, no deixan d'anar i venir, sigilosos. No sé per què, però em ve al cap Lisboa. Una intuició de semblança o una simple fantasia? Ja ho esbrinaré, quan hi vagi.

Amb l'olor de les sardines continuem la visita a la medina. Anem a veure una exposició de pintura contemporània. L'art i la cultura empapen la ciutat, tot i que segueix sent tradicional, així com els rastafaris i els ritmes afroamericans i sahararians. La humitat també ho fa, i no se'ns asseca la roba que hem estés en els tres dies que passem aquí.

Baixem a la platja, però no resulta bona idea quedar-nos allà, perquè ara el vent bufa més fort, aixecant la sorra tal com vol. Ens vestim de sorra i marxem al zoco un altre cop, on bescanvio el rellotge que no vaig intercanviar a la gola del Todra, per un collar bereber que em té hipnotitzada: aquest cop, li dic que m'ha costat 25 euros, i no 9, i el regateix es queda, finalment, en el rellotge més 70 MAD (7 euros). Potser m'ha timat? Tant és, perquè jo crec que és el preu raonable pel producte -això funciona així.

No sé si pel fred, per les sardines fregides i sense rentar o per les dues coses, però el cas és que no trigo a tenir un mal de panxa que porto, a diferència de l'any passat a Bolívia, amb estoicisme, al igual que l'Abdul Hatah 'Alí Babá', que convat el mateix enemic que jo: la diarrea. Machel mouchkil, amiguo, machel mouchkil: la força del Fortasec està amb nosaltres, i els viatges reiterats al lavabo s'acaben a l'estació d'autobusos de Rabat, on hem arribat fatigats, però conscients de que el nostre viatge està a punt d'acabar, cada vegada més a prop de la vida occidental.

TOCANT A OCCIDENT

Ens allotjem a l'apartament d'una amiga de l'Alí Babà, una dona molt hippie que ens rep amb café mentre reflexiona en veu alta sobre el Marroc i França, les seves dues llars, especialment de Rabat. Rabat és la capital del Marroc, i la segona ciutat més poblada després de la magnànima Casablanca.

Visitem la necròpolis de Chella, edificada en 1339, un antic poblat que va ser habitat per fenicis, cartaginesos y romans. Després, a la tarde, ens perdem per la medina i un altre cop pel zoco, on ens trobem el de sempre, però diferent, potser precisament perquè estem més a prop d'Occident. Una cultura anciana que conviu amb les influències modernes (i per tant, econòmiques), cada cop més presents. Acabem el dia veient un documental sobre els egipcis, i menjant pà. L'Abdul Hatah somia truites a l'habitació del costat, amb la panxa encara amb vent(ositats).

El casi etern retorn

I així és. És el que tenen la majoria dels viatges: comencen i s'acaben. Després, si ets un nostàlgic, et vindrà la nostàlgia, si no, doncs quedarà allà, simplement.

Dinem a Tànger, on perdrem el nostre ferry perquè la gent no ens ha deixat passar. Més vent, que ara ens porta cap a casa. Arribem a l'altre costat de l'Estret a les onze de la nit, morts de gana. Mengem pizza i pasta en un fast-food on les cambreres, de la nostra edat, ja no parlen marroquí, sinó un andalús fresc i alegre.

Caminem passeig avall amb les motxil·les encara a les espatlles, i fem campament a la platja, rera uns matolls. L'Abdul Hatah i jo ens remullem la son a les aigües de Tarifa, sota un cel que té estrelles, encara que ara parli el nostre mateix idioma. Dormim dins un sac, en el millor dels casos, o entre llençols, en el 'pitjor', i ens despertem esmorzant sorra, com a Essaouira, però amb una calidesa que aquesta no tenia, al menys, de nit. El sol ens acompanya en taxi fins a l'aeroport, juntament amb un conductor obert i simpàtic, que ens explica la seva vida amb aquell to andalús tan únic.

Recordo, de camí, el taxi que ens portava cap a Merzouga, i faig una reconstrucció mental de les nostres troballes, fins que m'adono que les estepes desèrtiques ara s'han fet grogues i verdes. Mentrestant, el vent segueix bufant, des de Essaouira.


INT. Fez azul. Habitación.- Noche.


Dos horas de avión separan a Oriente de Occidente, pero tengo la sensación de que hay una brecha enorme, más grande que el cielo por el que hemos llegado hasta aquí y que el mar que nos separa. Pienso en la historia, en cómo sería el mundo años, siglos antes, mucho antes de que nosotros estuviéramos aquí, y reparo en que todos somos hijos de África, que fue en este continente donde empezó todo, cuando el desierto era más grande que nosotros. La mente humana, la historia, la cultura, la religión... qué grandes misterios. Y aquí, en Fez, ¿dónde está la ciencia? Tras el velo de la religión y todos sus adeptos.

Vuelvo a recordar la palabra escrita por el Abogado al inicio de este viaje: Destino. Creer o no creer en él sea quizá la gran diferencia. La ciencia se lo llevó de Occidente, supongo. Aun así, me replanteo cómo he llegado yo hasta aquí, dónde empezó este viaje... Decido, al fin, estar hoy en estas calles y olvidar por unos días las que me han visto crecer por causalidad y por azar, nada menos, nada más. Nací 'allí', pero podría haber nacido en cualquier otro lugar. Aquí, por ejemplo. De haber sido así, ahora sería otra persona completamente diferente.
Diferente, pero igual: Ni la religión ni la ciencia saben (toda) la verdad.



(properament, també fotos, a petició de l'Amina)