miércoles, 18 de febrero de 2009

El clochard

Lisboa es belleza y ruina al mismo tiempo. Ruina por lo de vieja, por lo de desgastada y por los vagabundos como ese que la otra tarde casi me hizo llorar. Silvaba la Canción de la alegría, aunque era un lunes tarde de frío seco y a casa pronto.

Él seguía ahí, en su calle, mirando aquí y allá, aceptando la limosna sólo en horas laborables, con el órgano encima de las piernas cruzadas y un periódico de ayer, seguramente todavía por leer.

Siempre me fascinaron, los clochards, pero nunca hubo ninguno que lo hiciera tanto como éste. Seguramente fue el oírle silvar, mientras otros se dejan morir en las esquinas de esta o de cualquier otra ciudad...

Los lunes al sol

Dos semanas después de aterrizar

Lunes por la mañana. Quizás martes. 12.30H. Maruixa, María y yo compramos una cerveza y unas patatas precinto y nos vamos al mirador de Adamastor, más conocido como el mirador de los enamorados o de los perdidos. No me incluyo: yo solo soy una 'lunes al sol', o sea, una desocupada ocasional, una stand by, una mientras tanto.

También se hacen cosas, mientras tanto. Y se sienten cosas, y se ven cosas, y se conocen cosas, y se encuentran otras cosas que no se percibían mientras hacías esas otras cosas a las que te habías acostumbrado.

Por ejemplo, pasear tranquilamente, escuchar palabras sueltas de personas sueltas que van o vienen por las calles, esperar a que pase un tranvía que no pasa por tu ciudad y ver la exposición de tranvías que hay en la biblioteca municipal, cerca de la gran plaza Camões.

O improvisar una mañana en que sobran la chaqueta y la tristeza, una mañana casi de primavera, pero que se parece a verano. La gente sonríe y se saca la chaqueta. Una mujer hasta ha querido adelantarse a la chanclas, y enseña sus dedos de los pies majestuosa.

Desde el mirador de Adamastor, como os iba diciendo, la mañana puede hacerse tarde mirando los tejados, o haciendo planos picados con la mirada hacia abajo, donde una guitarra se ha quedado extrañamente colgada en la pared, de espaldas y boca-abajo. A lo lejos, el río Tejo está tranquilo, y parece ser otro en comparación al que corría debajo de la puesta de sol de la otra tarde-noche, cuando la luces de la ciudad y de los barcos me hicieron enamorarme de esta ciudad, así, tal cual.

Delante, pues, el Tejo. A lo lejos, un Cristo con los brazos abiertos de par en par que fui a visitar el otro día, y que nos quiere acoger aunque lo rechacemos. En primer plano, dos palomas que no paran de coquetear hasta que llega una tercera, que no deja de molestar. Se van a otra chimenea, revoloteando, y parece que la tercera se ha enfadado, porque se dedica a pasearse orgullosa por el tejado de al lado. Al rato, todas desaparecen volando, cielo arriba. Vete a saber donde irán, o si volverán.

A nuestras espaldas, chicos y chicas caboverdianos, o angoleños, o brasileros, que marean al balón. Un perro que persigue a otro perro para olfatearle el trasero y empezar a flirtear. A nuestra derecha, en un banco, una mujer de unos cuarenta que aparenta unos cincuenta teje con los labios apretados y la cara estirada. Lleva un gorro extraño en la cabeza, casi tan extraño como el hombre que se sienta a su lado y que no hace nada, ni siquiera acompañarla.

Y así se hacen las tres, y luego las cuatro. Maruixa y María se van a la universidad. Yo hasta marzo no, así que me voy a comer a casa tranquilamente y luego a hacer la compra, para no tener la nevera vacía. Horas más tarde volvemos a Adamastor, pero ya no hay 'magia'. Sí perdidos y enamorados, aunque también gente normal que, sin más, quiere ver Lisboa desde un mirador con Neptuno a la cabeza, mientras se toma una cerveza en buena compañía, antes de ir al cine São Jorge a ver un documental de António Campos, un paradigma en el mundo de la cámara en mano y las cosas que pasan delante de ella, en Portugal.



Y así sucesivamente, nunca igual. Cosas que pasan o que te pasan mientras no pasan otras cosas que también podrían pasar. La vida es lo que tiene, cuando no tiene tanta prisa, ni ganas de rechistar.

Y que dure, mientras pueda durar, que luego, otros días vendrán.

jueves, 5 de febrero de 2009

¡Ánimo! en Lisboa

Bueno, pues ya estoy aquí, 'fabricando pequeños recuerdos que van a ser importantes cuando sea grande', como bien dice Liniers, mi dibujante de cómics favorito después de Calpurnio.

Después de pagar 112 euros por exceso de equipaje y bultos antes de partir (y de padecer un trauma psicológico del que me he recuperado en cuanto he pisado esta ciudad), llego al aeropuerto de Lisboa y me esperan allí dos de mis compañeras de piso, Cris y Noe, una historiadora del arte y una psicóloga que me acogen con los brazos abiertos. Llegamos al piso, y Marco, un lisboeta que estudia ingeniería de puentes y caminos -en portugués tiene un nombre muy raro-, sale de su habitación después de días de encierro -está preparando los exámenes y es súper aplicado- y preparamos tortilla de batatas, salchichas con maíz y pà amb tomàquet y jamón, que me he traído debido a la insistencia de mi madre, cuyas últimas palabras en el aeropuerto, al despedirme, fueron: "A ver si vuelves y se te han quitado los pajaritos de la cabeza". Vanas intenciones en una ciudad como esta...

Acompañamos la cena con vinito bueno, bonito y barato, y aunque aun no he acabado de aterrizar, me hacen sentir como en casa. Poco después deshago mi maleta prestada y más querida que nunca gracias a los buenos de Vueling, y coloco mi ropa en un armario para mí sola, casi tan grande como la habitación, que a su vez es casi tan grande como el comedor, así que el espacio no será un problema aquí, eso seguro.

Al día siguiente, la primera ducha viene con agua fría, aunque según Cris no será siempre así. Pienso que igual tenía que ser así para despertarme, porque al salir de la bañera me doy cuenta de que estoy aquí, y lo estoy al cien por cien, a partir de ese momento. Empiezo el día con un tesito, y aunque el piso está de cara al sol, hoy está lloviendo. Es una lluvia intermitente, por eso, y el sol viene y va, viene y va, a su antojo. El tiempo está loco, pero va bien porque alterna estados de ánimo que coinciden con mis primeras sensaciones aquí.

Salgo sola a comprar el periódico (el más conocido aquí es el Público) y a hacerme una copia de las llaves, pero no encuentro las loja de ferragens que Cris muy bien me había indicado en el mapa, así que llega el momento de tener el primer contacto -el segundo después de Marco- con esta gente, según dicen y según compruebo, muy educada pero muy suya. Un buen hombre me acompaña un buen trozo hasta la calle donde está la ferretería. Obrigada, cabalhero. Después, en la ferretería, tardo muchos minutos en entender lo que me dice el dependiente: Que le deje las llaves si quiero pero que no estarán hasta esta tarde. "Ok, ok, obrigada" (es lo único que se me ocurre, ¿dónde está el intensivo de portugués que hice antes de venir? Tengo que refrescarlo).

Hago una pequeña compra en el súper, un sucedáneo del Día, y llego a casa con una bolsa que me he llevado para ahorrármela (es lo que toca cuando la pobreza manda). Llega Maruixa, una chica de Ourense también estudiante de Erasmus, y preparamos unos macarrones y una ensalada verde con salsa vinagreta buenísima -mi primera salsa más allá del aceite y el vinagre... preparáos porque me voy a convertir en una arguiñana gracias al libro de recetas para estudiantes-, que amenizamos con el vino que ha traído Maruixa y el postre de babas de chocolate, con el que se nos cae la baba, como no podía ser menos.

Hablamos de los viajes pasados, de Lisboa presente y de posibles viajes futuros, que tendrán que esperar porque tenemos todas los bolsillos vacíos. Miramos la bola del mundo hinchable que me regalaron para reyes Javi y Maribel, y coincidimos en lo que todo el mundo: "Me gustaría hacerla girar, señalar un punto y ir hasta allí". Es lo que hice con Lisboa, aunque sin hacer girar ninguna circunferencia. Simplemente un día me vino la idea a la cabeza, y lo que en un principio era un pequeño sueño, una ítaca, ahora se ha convertido en realidad, a pesar de las dificultades económicas, de las que me iré recuperando poco a poco, al puro estilo português.

Dificultades que no me impiden compartir un buen vino con Cris, que me lleva a conocer el centro de la ciudad, la gran fachada manuelina de la estaçao do Rossio (un estilo muy típico portugués), la entrada del Teatro Nacional de Lisboa, el castelo de Sao Jorge que se ve a lo lejos, iluminado, y el H&M, a pesar de que sigue lloviendo y llevamos un charco dentro de los zapatos. Un hombre en una moto con la radio a todo volumen, semáforos que funcionan como en Italia, calles de piedra y edificios que se caen o que se levantan, como el elevador al que hoy no subimos. Mientras paseamos, después de saludar a unos animalillos de pecera enormes, pero feísimos, expuestos en un triste escaparate, me doy cuenta de que estas calles, a esta hora, me recuerdan mucho a Roma, y a las que estuvísteis allí conmigo. Subimos las escaleras interiores que nos llevan a Baixa -cuando funcionan-, y nos perdemos en una librería que no se acaba nunca. Hojeamos libros de arte contemporáneo y salimos de allí sin comprar nada cuando los dueños nos echan 'muy amablemente' apagando la luz.

Entramos en el famoso Café Brasileira y compartimos una pequeña botella de vino, que acompaña una charla de esas que no se acaban hasta que no se deja la copa vacía. Al salir, y después de haber dejado en la mesa las preocupaciones por el futuro y la economía de subsistencia, Pessoa sigue sentado en la terraza, bajo la lluvia, con las piernas cruzadas y pensando véte tu a saber en qué -ya no estoy para existencialismos-. Volvemos para casa, y nos impresiona un indigente excéntrico con gafas de sol que devora una bolsa de patatas, y después, en el metro, un ciego que repica en una especie de caja mientras pide limosna. Al llegar a casa, Noe, que comenzaba a sentir saudade porque estábamos tardando en volver (la nostalgia portuguesa que me trajo aquí, entre otras cosas más y menos prácticas), pone cara de no querer estudiar más. Preparamos un sandwich y una ensalada y poco después nos quedamos las tres dormidas en el sofá, viendo una peli de bandas rock vs. pijos que no avanza, estética años 70 pero a lo retro. Una freakada.

Por la mañana, me despierto con la luz que entra por los ventanales a primera hora -hacen falta cortinas oscuras o un antifaz-, pero no me levanto hasta las diez. Delante mío, en la pared, un papel me da los buenos días con un "¡Ánimo!", que colgamos ayer en la habitación para aprovechar esta experiencia al máximo -Noe lo hizo en el Calling center en el que trabaja- y para fabricar pequeños recuerdos que empiezan a ser importantes ya, aquí y ahora. Porque "si el viaje no te cambia, no es viaje".
5/2/2009'